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Yo crecí viendo novelas y a una temprana edad adquirí el síndrome de María la del barrio. Sí, ese, del que usted -si llegó a esta columna- también puede estar sufriendo. Este síndrome es parecido al de las princesas de Disney, pero con el aporte latino.

Para darle una idea más clara, a la generación de las “princesitas” de Disney les tocó la parte en la que se quedan esperando a que las rescate un mono, mechudo, ojiazul y multimillonario. Por el contrario, mi querida lectora, a nosotras las Marías (pepenadoras y marginales) nos tocó hacer una vuelta mucho más larga.

Recapitulemos (por si no se acuerda, aunque ya lo debe tener escrito hasta en el ADN), María era una mujer con una vida desdichada hasta la pared de en frente que se desempeñaba como recolectora de basura. Cargo al que su archienemiga Soraya le daba el nombre de pepenadora.

A esta pobre mujer la “rehabilitan” para introducirla en sociedad. Le enseñan modales, la visten lindo, la vuelven una “niña bien”. Para rematar le presentan un galán, Luis Fernando. Claramente este muchacho es un cafre que no es capaz ni de sacarla a la calle.

Ojo, porque es aquí donde entra el síndrome. María primero debe ganarse el amor del galán que, claramente, no la voltea ni a escupir. Para robar su corazón, esta mujer modifica totalmente lo que es, además de echarse encima a Sorayita con quien pelea a muerte por el susodicho. Literal, a muerte.

El síndrome de María es aquel en el que yo, usted o cualquiera, tiene que modificar todo lo que es para gustarle a alguien ¿Hacer qué? Cambiar su gusto musical, sus amigos, hasta el color de su pelo e incluso operarse para que el galán la incluya en la lista de las deseables. Además de espantarle varios chulos de encima porque el pobre ser humano es incapaz de hacerlo por sí solo.

Esto que le digo no es mentira, una amiga mía -muy linda ella- terminó con su galán y me dice así: “Oye, es que yo creo que su exnovia nos hizo brujería y por eso terminamos”. Bueno, tengo tantas cosas que decir ante un argumento como este, pero me limitaré a anotar solo un par de ellas.

La primera es: si usted tiene que ganarse el amor de alguien está -de entrada- jodida. Mi querida lectora, el amor es gratis. Se lo da el que se lo quiere dar y eso de estar esforzándose para que lo quieran es simplemente desgastante.

La segunda es: revise su patrón de selección, si usted tiene que pasar una cantidad de pruebas y de cosas para que la quieran pues, es porque no la quieren de verdad.

La tercera: si a usted le toca espantarle las mujeres a su galán como si fueran chulos. Querida, esa tarea no es suya. Si se la clavan, replantee el tipo de ser humano con quien se está involucrando. Créame que si las moscas entran es porque alguna ventana debe estar abierta.

Yo quiero que se grabe este mantra en su corazón: “El que quiere estar, está”. El amor se nota, no es una cosa que se pueda esconder tan fácil. Por lo que si usted padece el síndrome de María, la cura está en alejarse lo más que pueda del personaje en cuestión y darle tiempo a la vida para que llegue un amor que quiera todo lo que usted es y no es.

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Experta sobadora de corazones descuajados. Exorcista de tusas, lágrimas y exnovios. Gurú del rompimiento. Podré no saber de cosas, pero sé de mal de amores.

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