Recuerdo a mi padre decirme o insinuarme con imposición que podría tener novio a los veinte años. Tenía trece cuando lo expresó. Lo vi con desprecio y lo odié. Me lo decía justo cuando empezaba a sentir mariposas en el estómago al ver a un adolescente.

Él olió y vio en mí lo que le sucedió en su juventud. Sintió que empezaría a desear a alguien. Que caminaría por la cuerda frágil que nos imponen las primeras experiencias del amor. Con las caídas incluidas sobre el pavimento; no como en los circos en los que se predicen con un suave colchón que amortigua el dolor.

Desconocía la realidad sobre el amor en ese entonces. Pero mi padre sabía lo que viviría y no fue claro con ello. Con mi necedad y comenzando la adolescencia, creo que si lo hubiera hecho de igual forma no le habría hecho caso y seguiría perdidamente enamorada de ese chico que vi en un club. Un guapo adolescente de 16 años que quería conocer y besar con locura. Hormonas alborotadas por la edad. Ustedes entienden.

Fue mi primer novio. Por fortuna fue una maravillosa experiencia: mi primer beso, los regalos tiernos, las llamadas y visitas inesperadas, el te amo, y el adiós. Todo eso aún vive en mí y me ha hecho pensar últimamente, pasados veinte años, sobre qué tanto sabemos del amor de pareja.

Con el paso de los años y más experiencias de amor y desamor vividas aprendí fórmulas para evitar el sufrimiento que provoca querer a alguien. Hice un manual mental de aquellas cosas que evitaría realizar para vivir relaciones dolorosas a cambio de tener noviazgos plenos y completamente felices.

Co el paso de los años me volví más exigente y perdí la capacidad de enamorarme con facilidad. Parece que maduré y el amor con sus ideales se volvió un sueño difícil de alcanzar porque además aprendí a disfrutar estar sola antes de tener una compañía que no genera construcción.

He aprendido a avanzar con calma, a no ilusionarme, a esperar con plenitud que es importante conocer a quien te atrae, a saber que mi cuerpo se merece que se lo tire un tipo especial.

La sencillez, los detalles simples, el andar cogidos de la mano y la presencia constante hicieron que conociera mucho o poco del amor verdadero. Diferente a acribillamos al creer que una relación siempre debe ser nefasta. Por el contrario, pese a que hay crisis y dificultades en cada una de ellas, solo cuando se arriesga a la par, cuando ambos están en la misma sintonía, se puede construir para sentir, a cualquier edad, mariposas en el estómago y un pulso rápido del corazón, como cuando fuimos adolescentes