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Este es un llamado a todos los celosos que cortan las alas de sus parejas: “uno solamente conserva lo que no amarra”, como dijo Jorge Drexler.

Cada vez que alguien me dice que no va a viajar o que se va a restringir de cualquier plan porque a su pareja le dan celos, me entra una sensación de indignación enorme. Así que, a modo de catarsis, decidí escribir esta columna.

Primero que todo, debo admitir que he tenido relaciones así. No quiero negarlo ni hacer pose de feminista independiente que jamás se ha dejado controlar por un hombre. He tenido parejas que me celaban hasta con mis primos, novios que me preguntaban por qué mi jefe escribía “besos a todos” para despedirse en los correos grupales de la empresa, tipos que jamás me hubieran dejado irme sola al aeropuerto sin antes hacer un show digno de «La rosa de Guadalupe». Pero un día me di cuenta de que no quería eso para mi vida y lo dejé sin más. ¡Ya! ¡Chao, controladores!

Digamos “no” a la “controladera”

Estoy absolutamente convencida de que una de las grandes ventajas que tenemos las generaciones actuales es la posibilidad de viajar a cualquier lugar. Ya no estamos en la época de Julio Verne, quien tenía que inventarse las más creativas formas para dar la vuelta al mundo en 80 días.

Ahora con un solo clic de nuestro computador podemos reservar una silla en un avión a cualquier lugar. Y, sin embargo, muchas personas siguen sin hacerlo, solamente porque a sus parejas les dan celos que se vayan de viaje.

Miren, chicos y chicas celosos: si queremos ir a estudiar inglés por un mes a Estados Unidos, si queremos hacer un diplomado de cuatro meses en México DF, si queremos tomar un curso de vinos en California, si queremos hacer un retiro espiritual en India, si queremos hacer cualquier cosa, déjennos. Porque siempre será mucho más fuerte la sensación de sentirse libre que el control que quieren imponer sobre nosotros. En pocas palabras: esa “controladera” termina aburriendo.

Eso lo aprendí hace algunos años, cuando estaba saliendo con un tipo que no dejaba de mandarme mensajes por Whatsapp preguntándome qué estaba haciendo. Yo estaba en Santa Marta, me desesperé y le dije que dejara la intensidad. “Es que una vez, en un viaje, una vieja me cayó a la puerta de mi habitación. De viaje son muchas las tentaciones”, me dijo.

Afortunadamente, aún no éramos nada serio y eso bastó para soltarle una frase que el susodicho jamás me perdonaría (y menos mal no lo hizo): “¿Sabe qué? ¡No arruine mi viaje con sus celos!”.

Para ser infiel, no hay que estar de viaje

Vean, la persona enamorada que es fiel, es fiel en Bogotá y es fiel en París (aún con lo atractivos que pueden llegar a ser los parisinos). En cambio, la persona desleal a la que no le importa ser infiel, puede ser infiel en su propia cama matrimonial, no tiene necesidad de irse de viaje para serlo. Así las cosas, es injusto que paguen fieles por pecadores, es injusto que tantas personas que quieren hacer las cosas bien se priven de viajar por celos.

Celosos, no corten las alas de sus parejas, quienes finalmente no necesitan armar planes para ser infieles. Más bien, sean comprensivos, ayúdenlas a buscar alternativas para que viajen y la pasen bien, pregúntenles si pueden viajar con ellas en muy buena actitud, sorpréndanlas con planes creativos. Y si sus parejas se quieren ir de viaje solas, por una noche o tres meses, frescos, que si eligieron bien a la pareja, no tienen nada que temer.

Recuerden siempre: la chica que es infiel, puede serlo con Bermúdez, el de Recursos Humanos de la empresa. La chica que es fiel puede conocer al tipo más churro de Barcelona y no ponerse con pendejadas.

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