Te llamabas Mar. Eras mujer, como yo. Eras latina, como yo. Eras viajera, como yo. Te mataron estando de viaje en Costa Rica. Yo estaba de viaje en Europa cuando me enteré.
Llevo muchos días tratando de escribirte este texto, Mar. Lo intenté desde mi teléfono, en un tren que viajaba entre Nápoles y Florencia, pero sentía que las emociones me rebasaban. Traté de hacerlo la noche en que regresé a Bogotá, cuando sentía que de nuevo la seguridad de mis cuatro paredes me respaldaban, pero me sentí injusta. Traté, en fin, muchas veces. Hasta hoy, Mar, cuando por fin tengo el coraje de escribirte.
Sin duda alguna, hay millones de mujeres en el mundo que enfrentan unas luchas inmensas: mutilaciones genitales, matrimonios infantiles, violaciones masivas, entre otras aberraciones que aún persiguen a nuestro género. Entre tanta tragedia, seguramente muchos me dirán que fuiste “una muerta más” y que “ahora el feminismo todo lo agrava”. Pero, aunque sé que me lo dirán, yo no puedo quedarme callada. Esto importa, Mar, porque te mataron, porque nos están matando.
Tu última noche en Costa Rica fue festiva, habías conocido a varios viajeros y junto a ellos saliste a tomar unos tragos. Más tarde, de camino a tu hotel, te asaltaron. Una viajera que iba junto a ti logró escapar y pedir ayuda, pero cuando regresó con las autoridades, encontraron tu cuerpo sin vida y abusado sexualmente.
Violada. Asesinada. Así terminó todo, Mar. ¿Así? ¿Tan injusto todo?
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Unos días antes de emprender tu primer viaje en solitario, subiste una foto tuya en el aeropuerto cargando tu mochila, llevabas una blusa corta. Días después confesaste que te sentías afortunada de estar en Costa Rica, tenías tus hombros al descubierto. Tu última foto mostraba un río encantador y a ti sentada sobre una piedra, estabas en bikini.
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Y los comentarios en redes después de tu absurda muerte no se hicieron esperar. “Pero es que no tenía que vestir así, provocaba mucho”, “si el feminicidio está de moda, no entiendo por qué insisten en salir solas”, “yo creo que su Instagram era muy liberal, así se debía comportar”. Hombres y mujeres cobardes, excusados bajo el anonimato de una cuenta en una red social y juzgando la vida de una mujer valiente desde su frustrante puesto de oficina; así los imagino.
Tú tenías derecho a viajar sola, no fue tu culpa no pensar que algo así pasaría. Tú tenías derecho a vestirte así, no fue tu culpa no calcular que te encontrarías a enfermos criminales en el camino. Tú tenías derecho a subir las fotos que quisieras, no fue tu culpa olvidar que las redes están llenas de comentarios machistas que siempre nos culpan a las mujeres por las cosas malas que nos pasan.
Tú tenías derecho a agarrar tu mochila y visitar Costa Rica, a regresar a tu casa y a continuar grabando tu disco. Ellos no tenían ningún derecho a arrebatarte eso de las manos. No tenían ningún derecho.
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No, Mar, la culpa no fue tuya. La culpa fue nuestra, que te fallamos como raza, que no denunciamos los abusos a tiempo, que normalizamos el acoso callejero, que nos reímos de los comentarios machistas, que condenamos a las mujeres que no se visten según los códigos normativos. Los que te fallamos fuimos nosotros, Mar, tú no hiciste nada.
Te fallamos, Mar, pero en cada uno de nosotros está la llave para que tu historia no se repita. En cada uno de nosotros está la capacidad de alzar la voz en contra de la violencia de género, el deber de llamar a las autoridades a actuar, la responsabilidad de criar a nuestros hijos en el feminismo y a nuestras hijas en la valentía.
Cuando supe de tu asesinato publiqué un par de contenidos a tu memoria en mis redes sociales. Me llegaron decenas de mensajes, me escribieron desde viajeras solitarias que estaban igualmente conmovidas, hasta madres preocupadas porque sus hijas me seguían y también querían ser viajeras como yo (como nosotras, Mar). Y sentí sororidad. Sentí esa fraternidad de género que nos abraza cuando necesitamos ser más comunidad y menos individuos. Creo que todas tenemos miedo, pero en los planes de ninguna está dejar de vivir como lo soñamos.
Porque todas debemos ser tan valientes como tú, porque todos deberíamos ser más María Trinidad en esta vida.
Feliz viaje, viajera.
Diana Melo Espejo
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