Imagina la escena: llegas a un restaurante, te sientas frente a tu pareja, amiga o familia, y antes de que llegue el primer plato, los celulares ya están sobre la mesa. Un mensaje aquí, una notificación allá, una foto del vino que apenas probaste. Y de pronto, sin darnos cuenta, la cena deja de ser un acto de disfrute y se convierte en una coreografía de pantallas.
Pero, ¿cuándo dejamos de mirar a los ojos y empezamos a mirar solo nuestras pantallas? La mesa, históricamente, ha sido el epicentro de la vida social. Desde las antiguas civilizaciones hasta la actualidad, el acto de compartir los alimentos ha sido un ritual de conexión y pertenencia.
La antropóloga Margaret Visser, en su libro The Rituals of Dinner, explica que la mesa no es solo un lugar para comer, sino un espacio donde se construyen relaciones y se refuerzan las normas culturales.
Hoy, sin embargo, la tecnología nos ha convertido en comensales distraídas. Y esto no lo digo yo solamente, sino que está respaldado por múltiples estudios científicos y variados encuentros académicos.
Y no te hablo de esto desde la moralidad de alguien que deja siempre el celular en su cartera mientras come, ¡al contrario! Te lo digo desde la misma confesión de mi culpabilidad. Claro, muchas veces debo tomar el teléfono porque justamente hago contenido sobre comida para redes sociales. Pero, la verdad, es que también aprovecho y reviso whatsapp, respondo comentarios en redes o me pongo a ver videos cortos. Yo misma debería usar el celular muchísimo tiempo menos del que realmente lo uso.
Entonces, ¿es posible cenar sin mirar el celular? La respuesta es sí, pero requiere una decisión consciente. Como experimento, prueba dejar el teléfono en el bolso o darle la noche libre.
Enfócate en el vino que se abre en tu copa, en la textura del pan recién horneado, en la conversación que se construye con pausas y miradas. Descubrirás que, cuando la pantalla desaparece, el ritual de la mesa recupera su magia. Y eso, querida, es un placer que ningún like puede superar.
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