Si mi abuela Rosario estuviera viva y escuchara las ideas de mi discurso de igualdad de género, se espantaría. Pero resulta que, ella, sin saberlo, me hizo feminista. 

«Me estremeció la mujer que parió once hijos

En el tiempo de la harina y un kilo de pan

Y los miró endurecerse mascando carijos.

Me estremeció porque era mi abuela, además”

Mujeres, Silvio Rodríguez.

 

Mi abuela era machista como ella sola. Lo era, por culpa de una sociedad que se lo impuso bajo el yugo del catolicismo que ella amorosa abrazaba.

 

Mi abuela decía que los hombres no debían entrar a la cocina, que las mujeres debíamos casarnos o moriríamos en pecado y que no había inspiración más grande para una mujer que la Virgen María. 

 

Mi abuelita era machista, porque sus tiempos eran machistas, ¡no era su culpa!

 

Crió a 12 hijos porque nunca pudo decir «no quiero», porque planificar era impensable y porque vivía bajo el yugo del sector más conservador del campesinado colombiano que cree que las mujeres estamos hechas únicamente para ampliar el linaje.

 

Y Rosario, incluso con toda la cultura de su época pesándole sobre los hombros, formó dos generaciones de mujeres fuertes como ella. Ella no fue machista por elección, fue simplemente un reflejo de su contexto social y de la época en que nació.

 

Rosario forjó en todas las mujeres Melo un carácter del que nos sentimos orgullosas. También nos heredó una adicción al trabajo duro que nos ha hecho a todas pagarnos nuestras propias cuentas.

Una mujer que estremeció

 

Las últimas horas antes de morir las pasó recibiendo, una a una, a las decenas y decenas de personas que hicimos fila frente al hospital para despedirla. Entrábamos de a dos a su habitación y nos parábamos al lado de su camilla, mientras mis tías cronometraban el tiempo para que todos pudiéramos verla una última vez.

 

Ella, lúcida, nos tomaba de la mano y nos daba un consejo final, como si se tratara de una escena de un libro de García Márquez, el último adiós que merecía un personaje como el de Úrsula Iguarán (y no el que le dio un desagradecido y olvidadizo Macondo en Cien años de soledad).

Cuando murió, la caravana de carros salió desde el hospital de Soacha y hasta Machetá, nuestro pueblo, escoltando a la carroza fúnebre. La ambulancia del pueblo nos acompañó con la sirena y la gente durante dos días entró y salió de su casa sin parar. 

 

Tengo recuerdos muy vanos del que, hasta ahora, ha sido el día más doloroso de mi vida, pero estoy segura de que las personas que nos acompañaron en su funeral fueron centenares y todas tenían recuerdos de Rosario como una mujer fuerte que, de un modo u otro, les había cambiado la vida.

 

Una feminista, sin saberlo

 

Rosario no se declaró nunca feminista, nunca leyó a Simone de Beauvoir y seguramente se habría espantado con los discursos de María Zambrano; pero su vida fue un ejemplo de mujeres que rompen esquemas y se niegan a quedarse resguardadas en una esquina mientras los demás cambian las estructuras sociales.

 

Recuerdo despertarme a las 4 am en su casa y ver cómo la luz de la cocina se colaba por debajo de mi puerta cerrada, porque ella había madrugado a amasar las arepas que vendía todos los días (de hecho, cuando su médico le prohibió seguir amasando por sus dolores óseos, ella se negó a hacerlo y siguió trabajando).

Nunca me leyó los discursos de Simone de Beauvoir, pero en cambio me enseñó que la fuerza laboral también está en manos de las mujeres y que pocas cosas nos dan tanta libertad como la independencia económica. 

 

Y, lo que más le agradezco, nos enseñó con ejemplo la capacidad para gerenciar la vida como si fuera una multinacional (con 12 empleados a su cargo, en el caso de ella), una habilidad que jamás tendré con qué pagarle. 

¿Por qué hablar de ella hoy, Día de la Mujer Trabajadora?

Hoy, 8 de marzo, por mi abuela, y por todas las que ya no están, conmemoro el Día de la Mujer agradeciendo tener los derechos que no tuvieron las mujeres que vivieron antes que yo.

 

 

Nos queda mucho camino por recorrer y la Cuarta Ola del Feminismo que estamos viviendo busca que nuestras nietas tengan los derechos que hoy en día nosotras no (como poder caminar tranquilas y seguras por la calle o decidir enteramente sobre nuestro cuerpo).

Rosario, seguramente, no estaría de acuerdo con mi ideas feministas y los derechos que hoy en día exijo. Tampoco estaría de acuerdo con que yo viva con mi novio sin habernos casado. No le habría gustado que tenga tatuado su nombre en mi brazo. Se indignaría si viera a mi pareja cocinando las noches en que quiero sentarme con un vino a leer. Y pegaría el grito en el cielo si supiera que no vamos a bautizar a la hija que estamos esperando.

 

Pero, en vez de quedarme imaginando las cosas que haría si estuviera viva, prefiero preguntarme:

 

 

Rosario habría llegado lejos, muy, muy lejos, si la sociedad de su época le hubiera brindado más oportunidades. Sin embargo, impactó muchas vidas y cambió por completo la mía. Ella, sin saberlo, me hizo feminista con la fuerza de su carácter y su forma de ser. 

 

Gracias, abuelita, por hacerme la mujer fuerte que soy hoy en día. Un hermoso y combativo 8 de marzo para ti, estés donde estés. 

 

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