Conozco la meditación desde que tenía 21 años, cuando decidí incorporarla a mis días en medio de una depresión que me acompañaba desde que despertaba en las mañanas. ¿Cómo me fue? ¿Te la recomiendo? Aquí te cuento. 

Mi historia

Corría el año 2011.

En ese entonces no lo sabía, pero mi depresión era un efecto secundario de un medicamento para la piel que me había recetado un dermatólogo particular.

Coincidió con una tusa, de esas que te botan a la cama y te hacen querer dejarlo todo (menos el chocolate). Así que la teoría más probable que me repetía a mí misma era: «no es depresión, es tusa» y, cada noche, sagradamente, me tomaba mi medicamento para la piel. 

Una tarde, regresando de la universidad en medio de un trancón monumental de hora pico, la ventana del bus me permitió ver el aviso de una escuela de yoga. La curiosidad me hizo googlear su nombre y entrar a su web.

Resulta que, justo en ese momento, la escuela tenía una sesión de meditación y, para hacer aún mejores las cosas, los alumnos nuevos tenían la primera clase gratis.

Tenía dos opciones. La primera era seguir en el trancón por la próxima hora, mientras veía llover y el conductor escuchaba vallenato meloso que sólo me recordaba mi tusa. La segunda era bajarme del bus, cruzar la calle, entrar a la escuela de yoga y registrarme, para pasar la siguiente hora meditando por primera vez en mi vida. 

Tomé el segundo camino… y me cambió la vida.

Mis inicios en la meditación

Durante esa hora pasé por una montaña rusa de emociones. Me sentí llena de paz y tranquila. Sonreí al sentirme plena. Y acabé la sesión llorando a cántaros mientras sonaba de fondo el mantra de El eterno sol (es lindísimo, te lo recomiendo).

Una hora de meditación me bastó para saber que había encontrado una herramienta poderosa. Compré mi mensualidad en ese estudio de yoga. Luego me inscribí al teacher training. ¡Quería saberlo todo!

No te voy a mentir. No te voy a decir que desde ese día se fue la depresión y nunca más lloré. Todo lo contrario.

Durante los siguientes tres meses, medité cada noche y terminé llorando a cántaros cada vez que finalizaba mi meditación.

Hasta que, una noche, le dije a una amiga por teléfono «dame un minuto que me tengo que tomar mi pasta». Una pregunta llevó a la otra, hasta que dimos en el clavo. «¿Y si buscas los efectos secundarios de ese medicamento, Diana?». Los resultados en Google fueron rotundos: el medicamento me causaba depresión. 

Dejé ese medicamento para siempre… Pero, por fortuna, nunca dejé la meditación. Y, desde entonces, mis meditaciones no son llanto, mis meditaciones son autoconocimiento y plenitud. 

¿Por qué te cuento mi historia?

Te cuento todo este larguero de párrafos para convencerte de una cosa: si la meditación me ayudó a lidiar con una depresión tremenda, imagínate lo que puede hacer por ti. 

No creas que vas a llorar después de cada sesión. ¡Todo lo contrario! La meditación tenía en mí ese efecto porque era como levantar el tapete que había instalado en mi cerebro y bajo el cual estaba escondiendo toda la suciedad.

La meditación era mi catarsis de emociones, esas que ni yo misma me permitía sentir porque no entendía su razón. Fueron semanas enteras sumida en la tristeza, varias de las cuales ya estaba convencida de que no se trataba de una tusa. No entendía la razón para sentirme así y, por supuesto, estaba en medio de una época en la que ir a terapia no era una opción (aunque siempre diré que ante una depresión, no hay mejor alternativa que un psiquiatra). 

Desde que empecé a meditar he podido lidiar con etapas duras de mi vida y, además, he podido entender mejor cómo funcionan mis pensamientos y mis emociones. 

Los efectos que causó en mí la meditación pueden ser muy distintos a los que causará en ti. Pero serán efectos positivos, eso sí te lo puedo asegurar.

¿Cómo puedes empezar a meditar?

No necesitas estar sumida en una depresión o en una crisis de estrés para empezar a meditar. Al contrario, si te permites hacerlo en una época de tu vida en la que te sientes equilibrada, vas a comprender mejor su funcionamiento y captarás las herramientas que te permitirán lidiar con futuras épocas grises.

Para meditar solamente necesitas una cosa: querer hacerlo. No necesitas tener un cuenco tibetano, inciensos o tapetes de yoga, aunque todo eso seguramente querrás incorporarlo a tu práctica cuando te apasiones. 

Lo único que debes hacer es sentarte en una posición cómoda, inhalar y exhalar profundamente, cerrar los ojos e intentar dejar pasar de largo tus pensamientos.

No se trata de dejar tu mente en blanco, porque esto es imposible y es una de las mayores razones de frustración cuando empezamos a meditar.

Se trata de aceptar que los pensamientos van y vienen, sin engancharte a ellos ni dejarlos envolverte en espiral. 

Si te sientas en silencio y cierras los ojos, empezarás a pensar en lo que tienes que hacer de trabajo. Está bien, déjalo ir y regresa a tu respiración.

Luego vendrán pensamientos sobre ese correo que no respondiste. Está bien, deja ir esos pensamientos y sigues respirando.

Luego ladrará un perro en la calle. Está bien, escúchalo y déjalo ir. 

Eso es todo.

Algunas herramientas que te pueden ayudar

Si quieres empezar a meditar y te gustaría contar con una guía para hacerlo, aquí te comparto algunas herramientas que te harán más fácil incorporar este hábito en tu vida:

¡Que disfrutes de este nuevo hábito en tu vida!

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