Sostengo la teoría de que uno de los grandes problemas del amor es la expectativa. Esa expectativa incluye la necesidad de esperar que el otro sea lo que yo quiero que sea y que, por lo general, el otro no es y no quiere ser.
Yo sufro de este “mal” desde que era chiquita. Por mi parte, siempre esperé que mi papá fuera una persona diferente a la que es y que hiciera cosas que en su naturaleza discursiva no están. También, y seguramente, él esperaba de mí una persona diferente al adulto que soy. Como consecuencia, ambos nos rompimos el corazón.
No aprendida esta primera y básica lección sobre el amor. Llegaron otros individuos de quienes esperaba también muchas cosas, cosas que ellos no eran. Por ejemplo: al malandrín del colegio, como en las telenovelas, le pedía que fuera suave, tierno y que me respetara; esperaba que cambiara y que un día volviera siendo otro. Al sol de hoy, no ha cambiado, pero, para mi fortuna, ya no soy yo la que lidia con ese problema.
Así sucesivamente llegué a la adultez esperando y esperando. Esperando que Zutano fuera más tierno, esperando que Mengano fuera más noble, esperando a que Fulano le bajara a la fiesta.
Luego de una charla extensa con mi amiga Lili, quien es psicóloga, saltó a la mesa, entre el té y el tinto que nos estábamos tomando, la palabra: “Aceptación”. Hasta ese día, la palabra aceptación, para mí, era nefasta. Aceptar sin duda era rendirse, era confórmese.
Después de mucho meditar, leer y consultar, vi en esta palabra algo que antes no había visto. Vi verdad y vi respeto. A veces nos empecinamos tanto en que ese otro al que le echamos el ojo sea el indicado (porque es lindo, por su familia, por sus gustos, porque tiene doctorado, por plata, por posición, por lo que usted se quiera imaginar) que dejamos de ver lo que realmente es y puede ofrecer el galán.
Evalúese, si usted se mete con alguien, esperando que sea una cosa totalmente diferente a lo que esa persona es, eso es un poco egoísta y un tanto desquiciado. A veces es mejor chupar un poquito de soledad que desgastarse emocionalmente haciendo que un cuadrado quepa en un rectángulo.
Lo bonito de la palabra aceptación es eso, es que usted acepte lo que tiene en frente, acepte lo que es y no es y decida qué va a hacer con eso. A mí me duelen mucho las mujeres que aceptan por “amor” relaciones destructivas, en la que son maltratadas, explotadas, abusadas. Para mí eso no es aceptación, para mí eso es otra cosa, es necesidad, es miedo, es una baja autoestima.
La verdadera aceptación es decir tú eres libre de escoger quién quieres ser y yo también soy libre de decidir si lo que tú eres le hace bien a mi vida o no. Aceptar, también, es decir: “Este Fulano es así y a mí me lastima, así que me voy”. Aceptar no es rendirse, es soltar lo que no puedo cambiar y dedicarme a cambiar lo que sí puedo: a mí.
Cuando usted no acepta, se engancha en esta nefasta frase: “Yo lo cambio en el camino”. Uno de los errores más grandes que cometemos los seres humanos es pensar que podemos cambiar a otros “en el camino”. De este tema les echaré el rulo en mi próxima columna.