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Quisiera-ser-niño-otra-vez

Hace unos días encendí la televisión para ver las noticias y estar informado de lo que ocurre en mi país y el mundo. Sinceramente, no me esperaba cosas buenas, pero tampoco hechos desgarradores como los ocurridos en el sur de la Florida en los Estados Unidos, donde un adolescente ingresó con un arma a su escuela secundaria y disparó indiscriminadamente en contra de sus compañeros y personal docente. De ese siniestro resultaron 14 víctimas fatales y, se habla de veinte o más heridos que están fuera de peligro.

Por otro lado, en Colombia siguen los ataques con bombas a los oleoductos, estaciones de policía y comunidad civil por parte del grupo subversivo ELN, quienes de esta forma violan el acuerdo de cese al fuego que se estipuló para retomar los diálogos de paz que se desarrollan en el Ecuador.

Esta ola de violencia que parece azotar al mundo entero me lleva a preguntar una y otra vez, por qué a nosotros los seres humanos se nos hace tan difícil pensar como niños para alcanzar la paz.

Un niño perdona, olvida y ama tan rápido como la velocidad en la que viaja la luz.

Un niño no maquina atentados porque en su cabeza sólo hay espacio para apreciar las maravillas que su entorno le pueda ofrecer. Un niño no guarda rencor en su corazón porque en él sólo habitan los deseos de crecer para convertirse en un bombero y así apagar incendios; el convertirse en un médico para salvar vidas o, en un policía para proteger a su familia y vecinos del mal que se apodera de las calles.

Su amor es incondicional y tan agradecido que no olvida rostros, tampoco expresiones de solidaridad. Un niño es tolerante y respeta a los mayores. En sus abuelos encuentra una fuente de conocimiento inagotable, y de su escuela la oportunidad de establecer nuevas relaciones interpersonales, mientras se instruye en áreas elementales para comunicarse, así como el participar de temas abordados por los adultos en su inocente afán por madurar.

Si nosotros lográramos actuar como tal cuando sintamos que la ira nos invade, que la depresión toca a la puerta de nuestro corazón o, que la pereza se apodera de nuestro cuerpo cuando intentamos salir a luchar por los derechos humanos, seguramente el planeta tierra sería como aquel edén del cual fuimos expulsados hace miles de años.

Actuar como niños no es sinónimo de inmadurez, porque el tener la conciencia limpia de toda maldad es la más fiel representación de un adulto responsable.

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