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Me llena de ternura ver a las personas en año nuevo con sus propósitos, sus deseos; haciéndole un exorcismo a ese año viejo, como si fuera muñeco, al que le atribuyen todo lo malo que les pasó. Y con esto, creen que comenzaran algo así como una nueva vida, un periodo diferente a todos los anteriores en el que las situaciones malas se van a quedar enterradas, y ya no los perseguirán como fantasmas. Como si este año, de verdad, pudieran comenzar desde cero.

¡Pues no! No sea tan inocente ni crédulo. Ningún baño de ruda ni poción mágica ni, mucho menos, ninguna dieta, le van a quitar de encima todos esos comportamientos nocivos o baja autoestima, o el recuerdo de ese malandrín que la trató peor que a pelota de futbol.

Ese trabajo, ese deliciosísimo trabajo, no lo puede hacer nadie más que usted. No importa cuántos menjurjes se eche encima, ni toda la silicona del mundo que se quiera meter. Si, usted, quiere cambiar algo, le toca a usted cambiar ese algo, que por lo general tiene su raíz adentro, no afuera.

Hace muchos años sostenía una conversación con un psiquiatra, de lo más interesante, quien decía que no existen cambios de la noche a la mañana: los cambios requieren esfuerzo, responsabilidad propia, lucha, constancia, disciplina y voluntad.

Es como la famosa cirugía del bypass gástrico. Las personas que recurren a ella van a tener resultados inmediatos, pero, y a mí me encantan los peros, después de una recuperación muy complicada y de una fuerte adaptación, algunas de ellas no cambian sus hábitos alimenticios. Al cabo de unos meses o de un año, recuperar el peso que tenían antes y a veces hasta más.

Para mí, lo mismo pasa en año nuevo, nos prometemos cielo y tierra: “¡Vamos a hacer ejercicio!”, “¡vamos a dejar a ese imbécil que no nos contestas!”, “¡vamos a querernos más!”. Y a la vuelta de dos semanas estamos borrachas, llamando a la una de la mañana al que no debe ser nombrado, o negociándonos por una noche de sexo.

Hace poco hablaba con una Coach, Ana María Sarmiento, quién me explicaba un tema encantador: la voluntad de cambio, el que yo quiera que las cosas cambien, el que yo quiera cambiar. Esta voluntad de cambio es ser capaz de salirse de ese loop en el que vivimos, en el que repetimos y repetimos los mismos errores una y otra vez.

Esto aplica para todas las cosas que usted se quiera imaginar. Mi ejemplo favorito: “Es que ya no quiero ser la otra” Pues mi querida… déjelo y no le vuelva a contestar nunca más el teléfono. ¿Duro? Seguro.

No le será tan fácil cambiar. Eso sí, se lo advierto. Esto es con un día a la vez, al igual que cuando una persona tiene una adicción a una sustancia: “Hoy no le contesto”. Al día siguiente, usted, vuelve y se repite lo mismo frente al espejo. Además de tomar las medidas necesarias, como por ejemplo distancia. ¿Qué le va a doler? Claro que le va a doler. Pero: usted puede.

Créame, si hay personas que salen del basuco, usted puede dejar una mala relación, comenzar a hacer ejercicio o ponerse juiciosa con la dieta. ¿Lágrimas? Seguro, querida, habrán. Pero no nos pongamos dramáticos.

Usted, tendrá que hacer lo mismo que hacen las personas que dejan de beber o de fumar: restringirse de lugares, de personas, de comidas (si lo suyo es la dieta). Y comenzar a ejercitar ese bello músculo de la voluntad, de decir: “No quiero, gracias, me hace daño”. Yo le puedo asegurar que después de unos meses será más fácil y de unos años será sencillo.

Toda esta carreta para decirle que: ojalá su deseo de este año sea fortalecer su voluntad para alcanzar las cosas que quiere. Y piense bien en qué es lo que quiere.

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Experta sobadora de corazones descuajados. Exorcista de tusas, lágrimas y exnovios. Gurú del rompimiento. Podré no saber de cosas, pero sé de mal de amores.

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