Sí, así es. Es inevitable sentir amor, agrado, simpatía, rechazo, fastidio o conexión con otras personas. Es normal, con algunos somos afines, con otros no. Pero, ¿por qué no hacemos un pare en esta mezcla de sentimientos para entender un poco esas sensaciones que nos generan otros? Es fácil simplemente decir me cae mal y punto. Todavía más fácil es señalar a otra persona y juzgarla. Lo más interesante del tema es que esas personas por las cuales sentimos rechazo tienen una conexión profunda con nosotros. Más allá de lo que vemos a simple vista esta lo que implican esos sentimientos.
Muchas veces sentimos rechazo o rabia hacia otra persona porque hay algo en ellas que nos recuerda esa parte de nosotros que simplemente no podemos tolerar. Eso que por más de que neguemos, queramos echarle tierra y dejarlo en el olvido se revela en nuestras fibras más profundas e inconscientemente sale a la luz en forma de señalamiento a otras personas. Claro, es que siempre va a ser más fácil señalar al del lado y criticarlo que mirar en nuestro interior y trabajar en nosotros mismos.
El otro escenario, está conformado por esas personas que admiramos, queremos seguir y hasta imitar de alguna manera. Aplaudimos lo que hacen y los vemos como referentes de un comportamiento o hasta un estilo de vida que queremos llegar a alcanzar.
Sin embargo, existe un grupo de personas que se dejan llevar por algo más que la admiración. Revisan cada paso, foto y decisión que toma otra persona, con un único fin: desearles que les vaya mal. Sí, esa es la envidia. Esa emoción que dejamos muchas veces volar por nuestra mente y opacar nuestra energía. Pero atención porque aunque es una emoción humana y TODOS la podemos sentir en algún momento de nuestras vidas, es mejor cortarla de raíz. La envidia más allá de hacerle daño a la otra persona, afecta al que la siente, al que la vive. Al sentirla, está afirmando que nunca va a poder obtener los logros de la otra persona, hacer esos viajes, conseguir el amor o ese trabajo… la envidia reafirma tu incapacidad de llegar a ese punto y por eso al no encontrar otra salida, le deseas el mal al otro para que esa persona tampoco lo tenga.
¿Funciona? No lo sé. Lo que sí sé es que la vida es el resultado de eso que sembramos, y lo mejor: multiplicado por tres. Deséale el mal a otros y te llegará lo mismo. Deséalo con más y más fuerza que eso mismo te llegará y con ñapa incluida. Es una ley de la vida, y por más de que desees cambiarla es como la gravedad, simplemente existe. Ahora, si quieres comprobarla, adelante. Sólo piensa en cómo quieres hacerlo y todavía mejor, que quieres recibir.
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