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Entiendo la presión que sientes cuando te miras al espejo y ves una persona diferente a la que esperabas encontrar. Me ha pasado y mucho. Me ha pasado que veo las redes sociales cargadas de información con dietas maravilla, ejercicios milagrosos y promesas mágicas de transformaciones muy lejanas a la realidad. Yo también he tratado de encajar en una sociedad que tiene parámetros casi imposibles de cumplir. Pero a pesar de esto, también sabía que ni mi cuerpo ni mi mente podían resistir esta presión diaria. Lo bueno es que cuando surge una inquietud, la vida misma te va regalando respuestas. A mí me las dio a través del conocimiento, personas maravillosas y momentos claves que me llevaron a empezar lo que yo llamo, mi evolución.
Después de mucho buscar, entendí que aunque sonara trillado y hasta cliché, debía empezar por mi interior. Es fácil decirlo, pero en el momento de iniciar, simplemente no sabía por dónde. Ir a una iglesia, meditar, leer y hasta viajar. Todo pasó por mi mente y mi vida. Lo que pasaba es que estaba como dormida y a pesar de tener todas estas herramientas de reflexión, estaba tan metida en el mundo de los demás que simplemente no podía apreciar el mío.
La vida en cada momento te demuestra su sabiduría y que aunque nos resistamos, ese objetivo por el que llegamos al mundo aparece una y otra vez. Lo mejor es que en este proceso, no se vale pasar raspando. Tenemos que ganar la materia y con honores, así la vida misma no nos repite la lección.
En mi caso llegaron libros y personas que me guiaron para certificarme como coach. Más allá de este y otros diplomas, lo que me quedó es la importancia de servirle a los demás, de escucharlos y de ver el mundo a través de otros ojos. Esa mirada me llevó a descubrir una nueva persona tan diferente a la que estaba acostumbrada. Una mujer que no le temía tanto a la gente y sus opiniones, un ser que quería salir a la luz desde hace tiempo y sobre todo aceptar quien era, su autenticidad.
En esta etapa me empecé a mirar al espejo y verme diferente. Ya esas pequeñas imperfecciones que tanto señalaba cada vez que me miraba al espejo empezaron a perder fuerza y aunque la mente sigue luchando por aquello a lo que la teníamos acostumbrada, es decir a criticarnos y solo ver defectos, se empezó a crear en mí una resistencia a juzgarme. Antes solo miraba mis piernas para señalar la celulitis o flacidez (que además es normal en las mujeres, no es un pecado tenerla) ahora veía mis piernas como mi vehículo fuerte y lleno de potencia. Y como por arte de magia, me empecé a sentir afortunada de tenerlas. Mi abdomen, que pellizcaba buscando grasa, ahora era el templo donde había crecido mi bebé. Un templo que cambio después de ser mamá pero que amo y acepto. Entendí que mi piel, mi pelo, mi estatura y contextura cuentan una historia de vida. Por eso no la puedo comparar con la de esa persona que veo en redes sociales. Entendí que los estándares no existen si decidimos no aceptarlos.
Por eso hoy quiero invitar a todas y cada una de las lectoras, a hacer parte de esta revolución. Una revolución que acepta y ama nuestro cuerpo tal y como es. Que busca bienestar y no la “perfección”, por que entendemos que somos humanos y que esa palabra solo existe en el papel.
Bienvenidas a Aló, bienvenidas a mi Blog. Un espacio donde vamos a crear cambios desde el interior, donde el cuerpo no es un objeto, es un regalo sagrado. Un espacio para amarnos, aceptarnos y consentirnos.
:O
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Llegó la hora de cultivar el alma.
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